En la Catedral de Girona, junto a la Torre de Carlemany, sale directamente de la pared, una mujer de piedra con una larga vestimenta, con la cabeza cubierta con una toga y un pergamino en las manos, que abre perpetuamente su boca para "vomitar el agua" de la lluvia.
Cuando llueve, el inmenso tejado de la Catedral recibe ingentes cantidades de agua que acabaría hundiendo el techo si no se desviara fuera de su superficie. En los edificios góticos, éste trabajo de aligerar los tejados del agua de la lluvia se encomendaba a un tipo de canales de piedra, salientes, llamadas gárgolas que, desde el final de las pendientes de las tejas recogían el agua y lo enviaban directamente a la calle. Estas gárgolas a veces eran puramente funcionales, pero otras a veces tenían decoraciones vegetales o tomaban forma de animales, monstruos o personas. En la Catedral de Girona las gárgolas, bastante numerosas, no tienen figura humana, con una sola y rara excepción: La Bruixa de la Catedral.
Según cuenta la leyenda, había en Girona, una mujer dedicada a las diabólicas artes de la brujería que, para mostrar su odio a la religión, tenía la mala costumbre de lanzar piedras contra la Catedral. Según otras versiones, las piedras las lanzaba al paso de la procesión de Corpus. En todo caso, está claro que su obsesión era la de apedrear los símbolos religiosos. Un buen día, o un mal día para ella, se escuchó una voz que decía: "Piedras eches, piedras echarás, de piedra quedarás". Y por obra divina, la bruja se convirtió en piedra, concretamente en una gárgola, y la pusieron en la parte más alta de la pared de la Catedral para que de su boca no salieran insultos o maldiciones, sino únicamente limpia agua caída de las nubes. Además la pusieron mirando perpetuamente hacia tierra, sin poder girar la vista hacia el cielo.